Andrés Manuel López Obrador es un político atípico: ha escrito nueve libros en un país donde los políticos no escriben ¿Porqué Andrés Manuel escribe y los otros no?
Se me dirá que en el siglo XIX José María Luis Mora, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Zarco, Altamirano, Rivapalacio fueron ministros, cancilleres, diputados, gobernadores y escribieron hartos libros: poesía, novela, teatro, pero también historia, derecho, sociología, economía, además de incontables artículos periodísticos. Lo que pasa es que ellos eran hombres de letras metidos a políticos, no políticos profesionales. Además de que por esos años hacer política era tarea de construcción nacional; un acto generoso y muchas veces arriesgado.
En el siglo XX hubo, igualmente, gente que escribió libros y se metió en política, como Vasconcelos, Torres Bodet, Reyes Heroles, Warman y hasta Jaime Sabines, que fue diputado por el PRI. Pero también ellos eran escritores que incursionaban en la política, y en algunos casos -Torres Bodet, Warman, Sabines- su paso por las instituciones públicas fue en demérito de su obra.
Sin olvidar, los mamotretos que escribieron -o dictaron- expresidentes como Portes Gil, López Portillo y Salinas; libros que en realidad son recuentos a toro pasado, amañados y auto exculpatorios.
Así pues, lo cierto es que en México los políticos profesionales no escriben, mientras que Andrés Manuel sí lo hace y mucho. ¿Por qué?
Aventuro una hipótesis: los políticos del sistema son por naturaleza simuladores, acomodaticios, trapecistas, chaqueteros, veletas que cambian de opinión según sopla el viento. Y escribir es dejar constancia de posiciones e ideas de las que en cualquier momento tendrán que abdicar. Para los mentirosos profesionales como Zedillo, quien dijo que al reprivatizarse la banca seguiría siendo nacional; o Fox, quien prometió castigar a Salinas; o Calderón, que sostuvo que el PAN no firmaría el Fobaproa, escribir sería una forma de balconear su oportunismo, un riesgo innecesario. Por eso, porque son mentirosos compulsivos, los políticos del sistema mejor no escriben.
En cambio, para Andrés Manuel, publicar libros es poner por escrito su visión del país y su proyecto de futuro, es dejar constancia de ideas y propósitos. Para Andrés Manuel escribir es hacer público su compromiso con la gente. Un compromiso que ante el envilecimiento de la nación, es por necesidad opositor al modelo que impulsan los responsables de la debacle. Y en México los políticos de oposición escriben: Flores Magón era prolífico como periodista, José Revueltas publicaba literatura y ensayo, Heberto Castillo escribía mucho. A esta estirpe de escribidores comprometidos y contestatarios pertenece Andrés Manuel.
*
La mafia que se adueñó de México... y el 2012, es un libro de circunstancias. Pero las circunstancias que transitamos son de encrucijada histórica; vivimos un fin de época y escribir sobre la coyuntura presente significa ponderar el pasado y avizorar el porvenir.
Los cuatro capítulos del libro no son arbitrarios: el primero documenta el encumbramiento de la oligarquía rapaz que hoy nos gobierna, el segundo da cuenta de la ruina del país y la pobreza del pueblo, el tercero sustenta la esperanza en un recuento nacional del ánimo rebelde de la ciudadanía y el cuarto aborda la trascendencia del 2012: lo que se juega en esa coyuntura.
En el Capítulo I, titulado El saqueo, se plantea una tesis fundamental: la dictadura del mercado y la privatización de lo público, propias del neoliberalismo, no son ocurrencia de tecnócratas sino mandato de las trasnacionales en la fase gandalla del capitalismo global. En el caso de México, la subasta de los bienes de la nación permitió el encumbramiento de un puñado de potentados rapaces y especuladores, con lo que pasamos de gobiernos autoritarios que fomentaban el enriquecimiento de una burguesía hija de la revolución hecha gobierno, al dominio directo de una oligarquía prohijada en los últimos 25 años por el PRI y el PAN. Así, hoy mediante su control económico y mediático, los “dueños de México” ejercen un gobierno de facto, manejando como pelele a la autoridad formal y haciendo nugatorio el Estado de Derecho.
Con pelos y señales Andrés Manuel documenta el encumbramiento de “la mafia” oligárquica, pero al hacerlo da cuenta también de que el gran dinero realmente existente no es el capital innovador, productivo y arriesgado del que hablan los libros apologéticos -y hasta los libros críticos- sino un capital especulativo, predador, rentista y gandalla del que en México son ejemplos la banca mayoritariamente extranjera, Telmex y aun más sus presuntas competidoras trasnacionales, el duopolio televisivo, los contratistas de Pemex, las constructoras de desarrollos habitacionales, los hoteleros del “gran turismo”, las mineras canadienses. Y de paso el tabasqueño deja constancia de que -contra lo que sugiere la palabra- los tecnócratas no son expertos y calificados aunque socialmente insensibles, sino burdos saqueadores, ladrones del montón, en una palabra: pillos.
En el Capítulo II, titulado Abandono, corrupción y pobreza, se describe la ruina de la nación: un país que hace cien años era vanguardia latinoamericana en transformaciones sociales progresistas y justicieras, hoy es zaguero, cabuz, furgón de cola de un subcontinente en donde en casi todos los paìses gobiernan las izquierdas y donde soplan inspiradores vientos de cambio. Aquí, en cambio, hay estancamiento económico, hay agrocidio, hay destrucción de la industria pequeña y mediana que genera ocho de cada diez empleos, hay desmantelamiento del Estado social. Vergüenza debía de darles a quienes dicen que gobiernan. Pero no les da, de modo que la necesaria, la urgente regeneración de la vida pública, tendrá que ser obra de lo que Andrés Manuel llama “una nueva corriente de pensamiento”.
El Capítulo III, titulado La resistencia y el peregrinar por el país es, para mi gusto, el corazón del libro, porque ahí se documenta el sustento de la esperanza. Dicen los desesperanzados que un pesimista es un optimista bien informado. Yo sostengo exactamente lo contrario: los pesimistas son pesimistas por falta de información pertinente. En verdad un optimista es un pesimista bien informado.
Y sin duda el acendrado optimismo de Andrés Manuel se origina en la abundante y privilegiada información de que dispone, proviene de que conoce como nadie el ánimo y la disposición de los mexicanos de a pie. Como ningún otro, Andrés Manuel le ha medido el agua a los camotes, ha palpado los sentimientos de la nación, se ha percatado de las energías, las capacidades, las virtudes, los defectos de los mexicanos del común.
Antes, conocer un país era recorrerlo a ras de tierra. Así lo hicieron en México viajeros como Humbolt, etnólogos como Manuel Gamio, economistas de a caballo como Moisés T. De la Peña, geógrafos trashumantes como Ángel Bassols, agrónomos de guarache como Hernández Xolocotzi y políticos verdaderos como el general Cárdenas. Ahora, en cambio, se piensa que se puede comprender a México por encuestas, por estadísticas, por grupos de enfoque y “baños de pueblo” debidamente desodorados y sanitizados. A contra pelo, Andrés Manuel desempolvó la vieja tradición del conocimiento presencial, y desde hace casi cinco años, al emprender la campaña por la presidencia, decidió conocer el país de bulto, apersonarse con los mexicanos en los lugares donde habitan.
Pero Andrés Manuel de plano no se mide: pata de perro como nadie, después de 2006 decidió realizar asambleas y formar comités en cada uno de los casi 2 500 municipios del país, recorriendo para ello 175 mil kilómetros. Y cuando se le acabaron los municipios, marchó de nueva cuenta por toda la República reuniéndose en las ciudades importantes con los representantes de los comités. Casi 200 mil kilómetros, la mayoría por malos caminos: cinco vueltas al planeta por la parte más ancha, la mitad de la distancia de la tierra a la luna.
En el libro nos da una probadita de sus experiencias: caminos virtuales, pueblos desolados donde falta todo menos los refrescos, enfermedad, carencia, precariedad, desolación. Pero también gente trabajadora, creativa, animosa, salidora, dicharachera, entrona, solidaria, alzada, “gente buena”, como gusta decir Andrés Manuel. Si leen el libro igual se enteran de qué en la Costa de Guerrero, al caldo de mariscos le llaman “rompe catres”, y sobre todo se darán cuenta de porque Andrés Manuel se acabó de convencer de que en las comunidades indígenas está la mayor reserva civilizatoria del país. Y es que recorrer los 500 y pico municipios de Oaxaca, dice más que todos los rollos indiófilos del mundo.
En el último capítulo, titulado lacónicamente: 2012, Andrés Manuel presenta el decálogo programático que leyó en el Zócalo el 22 de diciembre de 2009, y define una vez más su posición respecto de las próximas elecciones federales, como oportunidad para plantear ante el pueblo de México una disyuntiva que hoy -cuando el PAN y el PRI se mimetizan- es más cierta que nunca: dos caminos se abren ante la nación, el de la regeneración y el cambio verdadero o el de la continuidad de los poderes y políticas que nos llevaron a la ruina. La tarea, dice Andrés Manuel, es hacer llegar el fondo de esta disyuntiva a todos los mexicanos, de modo que en 2012 nadie pueda llamarse a engaño. Si aun así votan por el PRI, es decir por el regreso de Santa Anna, pues... ya estaría de Dios.
Andrés Manuel reitera también, en este capítulo, su respeto por la postura de Marcelo Ebrard y por su trabajo como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, e insiste en que en 2012 “el candidato de las fuerzas progresistas debe ser el que esté mejor posicionado”. Expresiones importantes, pero marginales al contenido principal del libro, que sin embargo serán, muy posiblemente, las únicas que recojan y malinterpreten la mayoría de los medios de comunicación.
La afirmación de que será la opinión ciudadana la que decida la candidatura, puede parecer retórica viniendo de quien ha construido a mano y encabeza personalmente un enorme movimiento ciudadano que tiene al 2012 en la mira. Pienso que no lo es. Y no lo es porque la construcción del movimiento obradorista ha tenido un costo, un precio que pudiera tener efectos electorales.
Me explico. En 2006 Andrés Manuel sabía que no se puede nadar y guardar la ropa. Y decidió nadar, nadar a contracorriente 200 mil kilómetros de nación y de ciudadanía. Y quizá la ropa se humedeció un poco. En los últimos años Andrés Manuel se ha ganado la adhesión ferviente, decidida, organizada y militante de dos millones y medio de mexicanos y la simpatía y respeto de muchos millones más. Pero se ganó también el rechazo explícito de muchos otros, que posiblemente serían neutrales si el tabasqueño hubiera decidido quedarse quieto y nadar de a muertito.
Me parece a mí, que para un hombre como Andrés Manuel, no había opción; crear un movimiento nacional, organizar desde abajo una gran fuerza societaria y ofrecer a la nación un proyecto claro y un liderazgo creíble es mucho más importante que no despertar enconos. Un político verdadero no es monedita de oro.
A la hora de elegir candidato habrá, pues, que ponderarlo todo. Pero por encima de cualquier otra cosa, habrá que sopesar el prestigio, la autoridad, la invaluable credibilidad de Andrés Manuel, adquiridas nadando contra la corriente.
*
En la parte final, Andrés Manuel nos explica porqué el regreso del PRI sería como el retorno de Santa Anna. Y lo hace en páginas afiladas y brillantes donde se plasman los mejores talentos del tabasqueño: un hombre apasionado por la historia al tiempo que avezado en extraer lecciones para el presente de las experiencias del pasado. Y es que, en efecto, el síndrome nacional que está detrás de la ominosa recuperación del dinosaurio priista, es muy semejante al que hace un siglo y medio permitió que el vendepatrias de Manga de Clavo fuera nombrado presidente por undécima vez.
Amigos, neutrales y antagonistas. Les recomiendo mucho que lean este libro. Que lo lean con cuidado, de manera reflexiva y crítica. Estoy seguro de que al final habrán aprendido mucho, no sobre Calderonia, sino sobre el México real. Y creo, también, que comprenderán mejor a Andrés Manuel.
Se me dirá que en el siglo XIX José María Luis Mora, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto, Zarco, Altamirano, Rivapalacio fueron ministros, cancilleres, diputados, gobernadores y escribieron hartos libros: poesía, novela, teatro, pero también historia, derecho, sociología, economía, además de incontables artículos periodísticos. Lo que pasa es que ellos eran hombres de letras metidos a políticos, no políticos profesionales. Además de que por esos años hacer política era tarea de construcción nacional; un acto generoso y muchas veces arriesgado.
En el siglo XX hubo, igualmente, gente que escribió libros y se metió en política, como Vasconcelos, Torres Bodet, Reyes Heroles, Warman y hasta Jaime Sabines, que fue diputado por el PRI. Pero también ellos eran escritores que incursionaban en la política, y en algunos casos -Torres Bodet, Warman, Sabines- su paso por las instituciones públicas fue en demérito de su obra.
Sin olvidar, los mamotretos que escribieron -o dictaron- expresidentes como Portes Gil, López Portillo y Salinas; libros que en realidad son recuentos a toro pasado, amañados y auto exculpatorios.
Así pues, lo cierto es que en México los políticos profesionales no escriben, mientras que Andrés Manuel sí lo hace y mucho. ¿Por qué?
Aventuro una hipótesis: los políticos del sistema son por naturaleza simuladores, acomodaticios, trapecistas, chaqueteros, veletas que cambian de opinión según sopla el viento. Y escribir es dejar constancia de posiciones e ideas de las que en cualquier momento tendrán que abdicar. Para los mentirosos profesionales como Zedillo, quien dijo que al reprivatizarse la banca seguiría siendo nacional; o Fox, quien prometió castigar a Salinas; o Calderón, que sostuvo que el PAN no firmaría el Fobaproa, escribir sería una forma de balconear su oportunismo, un riesgo innecesario. Por eso, porque son mentirosos compulsivos, los políticos del sistema mejor no escriben.
En cambio, para Andrés Manuel, publicar libros es poner por escrito su visión del país y su proyecto de futuro, es dejar constancia de ideas y propósitos. Para Andrés Manuel escribir es hacer público su compromiso con la gente. Un compromiso que ante el envilecimiento de la nación, es por necesidad opositor al modelo que impulsan los responsables de la debacle. Y en México los políticos de oposición escriben: Flores Magón era prolífico como periodista, José Revueltas publicaba literatura y ensayo, Heberto Castillo escribía mucho. A esta estirpe de escribidores comprometidos y contestatarios pertenece Andrés Manuel.
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La mafia que se adueñó de México... y el 2012, es un libro de circunstancias. Pero las circunstancias que transitamos son de encrucijada histórica; vivimos un fin de época y escribir sobre la coyuntura presente significa ponderar el pasado y avizorar el porvenir.
Los cuatro capítulos del libro no son arbitrarios: el primero documenta el encumbramiento de la oligarquía rapaz que hoy nos gobierna, el segundo da cuenta de la ruina del país y la pobreza del pueblo, el tercero sustenta la esperanza en un recuento nacional del ánimo rebelde de la ciudadanía y el cuarto aborda la trascendencia del 2012: lo que se juega en esa coyuntura.
En el Capítulo I, titulado El saqueo, se plantea una tesis fundamental: la dictadura del mercado y la privatización de lo público, propias del neoliberalismo, no son ocurrencia de tecnócratas sino mandato de las trasnacionales en la fase gandalla del capitalismo global. En el caso de México, la subasta de los bienes de la nación permitió el encumbramiento de un puñado de potentados rapaces y especuladores, con lo que pasamos de gobiernos autoritarios que fomentaban el enriquecimiento de una burguesía hija de la revolución hecha gobierno, al dominio directo de una oligarquía prohijada en los últimos 25 años por el PRI y el PAN. Así, hoy mediante su control económico y mediático, los “dueños de México” ejercen un gobierno de facto, manejando como pelele a la autoridad formal y haciendo nugatorio el Estado de Derecho.
Con pelos y señales Andrés Manuel documenta el encumbramiento de “la mafia” oligárquica, pero al hacerlo da cuenta también de que el gran dinero realmente existente no es el capital innovador, productivo y arriesgado del que hablan los libros apologéticos -y hasta los libros críticos- sino un capital especulativo, predador, rentista y gandalla del que en México son ejemplos la banca mayoritariamente extranjera, Telmex y aun más sus presuntas competidoras trasnacionales, el duopolio televisivo, los contratistas de Pemex, las constructoras de desarrollos habitacionales, los hoteleros del “gran turismo”, las mineras canadienses. Y de paso el tabasqueño deja constancia de que -contra lo que sugiere la palabra- los tecnócratas no son expertos y calificados aunque socialmente insensibles, sino burdos saqueadores, ladrones del montón, en una palabra: pillos.
En el Capítulo II, titulado Abandono, corrupción y pobreza, se describe la ruina de la nación: un país que hace cien años era vanguardia latinoamericana en transformaciones sociales progresistas y justicieras, hoy es zaguero, cabuz, furgón de cola de un subcontinente en donde en casi todos los paìses gobiernan las izquierdas y donde soplan inspiradores vientos de cambio. Aquí, en cambio, hay estancamiento económico, hay agrocidio, hay destrucción de la industria pequeña y mediana que genera ocho de cada diez empleos, hay desmantelamiento del Estado social. Vergüenza debía de darles a quienes dicen que gobiernan. Pero no les da, de modo que la necesaria, la urgente regeneración de la vida pública, tendrá que ser obra de lo que Andrés Manuel llama “una nueva corriente de pensamiento”.
El Capítulo III, titulado La resistencia y el peregrinar por el país es, para mi gusto, el corazón del libro, porque ahí se documenta el sustento de la esperanza. Dicen los desesperanzados que un pesimista es un optimista bien informado. Yo sostengo exactamente lo contrario: los pesimistas son pesimistas por falta de información pertinente. En verdad un optimista es un pesimista bien informado.
Y sin duda el acendrado optimismo de Andrés Manuel se origina en la abundante y privilegiada información de que dispone, proviene de que conoce como nadie el ánimo y la disposición de los mexicanos de a pie. Como ningún otro, Andrés Manuel le ha medido el agua a los camotes, ha palpado los sentimientos de la nación, se ha percatado de las energías, las capacidades, las virtudes, los defectos de los mexicanos del común.
Antes, conocer un país era recorrerlo a ras de tierra. Así lo hicieron en México viajeros como Humbolt, etnólogos como Manuel Gamio, economistas de a caballo como Moisés T. De la Peña, geógrafos trashumantes como Ángel Bassols, agrónomos de guarache como Hernández Xolocotzi y políticos verdaderos como el general Cárdenas. Ahora, en cambio, se piensa que se puede comprender a México por encuestas, por estadísticas, por grupos de enfoque y “baños de pueblo” debidamente desodorados y sanitizados. A contra pelo, Andrés Manuel desempolvó la vieja tradición del conocimiento presencial, y desde hace casi cinco años, al emprender la campaña por la presidencia, decidió conocer el país de bulto, apersonarse con los mexicanos en los lugares donde habitan.
Pero Andrés Manuel de plano no se mide: pata de perro como nadie, después de 2006 decidió realizar asambleas y formar comités en cada uno de los casi 2 500 municipios del país, recorriendo para ello 175 mil kilómetros. Y cuando se le acabaron los municipios, marchó de nueva cuenta por toda la República reuniéndose en las ciudades importantes con los representantes de los comités. Casi 200 mil kilómetros, la mayoría por malos caminos: cinco vueltas al planeta por la parte más ancha, la mitad de la distancia de la tierra a la luna.
En el libro nos da una probadita de sus experiencias: caminos virtuales, pueblos desolados donde falta todo menos los refrescos, enfermedad, carencia, precariedad, desolación. Pero también gente trabajadora, creativa, animosa, salidora, dicharachera, entrona, solidaria, alzada, “gente buena”, como gusta decir Andrés Manuel. Si leen el libro igual se enteran de qué en la Costa de Guerrero, al caldo de mariscos le llaman “rompe catres”, y sobre todo se darán cuenta de porque Andrés Manuel se acabó de convencer de que en las comunidades indígenas está la mayor reserva civilizatoria del país. Y es que recorrer los 500 y pico municipios de Oaxaca, dice más que todos los rollos indiófilos del mundo.
En el último capítulo, titulado lacónicamente: 2012, Andrés Manuel presenta el decálogo programático que leyó en el Zócalo el 22 de diciembre de 2009, y define una vez más su posición respecto de las próximas elecciones federales, como oportunidad para plantear ante el pueblo de México una disyuntiva que hoy -cuando el PAN y el PRI se mimetizan- es más cierta que nunca: dos caminos se abren ante la nación, el de la regeneración y el cambio verdadero o el de la continuidad de los poderes y políticas que nos llevaron a la ruina. La tarea, dice Andrés Manuel, es hacer llegar el fondo de esta disyuntiva a todos los mexicanos, de modo que en 2012 nadie pueda llamarse a engaño. Si aun así votan por el PRI, es decir por el regreso de Santa Anna, pues... ya estaría de Dios.
Andrés Manuel reitera también, en este capítulo, su respeto por la postura de Marcelo Ebrard y por su trabajo como Jefe de Gobierno de la Ciudad de México, e insiste en que en 2012 “el candidato de las fuerzas progresistas debe ser el que esté mejor posicionado”. Expresiones importantes, pero marginales al contenido principal del libro, que sin embargo serán, muy posiblemente, las únicas que recojan y malinterpreten la mayoría de los medios de comunicación.
La afirmación de que será la opinión ciudadana la que decida la candidatura, puede parecer retórica viniendo de quien ha construido a mano y encabeza personalmente un enorme movimiento ciudadano que tiene al 2012 en la mira. Pienso que no lo es. Y no lo es porque la construcción del movimiento obradorista ha tenido un costo, un precio que pudiera tener efectos electorales.
Me explico. En 2006 Andrés Manuel sabía que no se puede nadar y guardar la ropa. Y decidió nadar, nadar a contracorriente 200 mil kilómetros de nación y de ciudadanía. Y quizá la ropa se humedeció un poco. En los últimos años Andrés Manuel se ha ganado la adhesión ferviente, decidida, organizada y militante de dos millones y medio de mexicanos y la simpatía y respeto de muchos millones más. Pero se ganó también el rechazo explícito de muchos otros, que posiblemente serían neutrales si el tabasqueño hubiera decidido quedarse quieto y nadar de a muertito.
Me parece a mí, que para un hombre como Andrés Manuel, no había opción; crear un movimiento nacional, organizar desde abajo una gran fuerza societaria y ofrecer a la nación un proyecto claro y un liderazgo creíble es mucho más importante que no despertar enconos. Un político verdadero no es monedita de oro.
A la hora de elegir candidato habrá, pues, que ponderarlo todo. Pero por encima de cualquier otra cosa, habrá que sopesar el prestigio, la autoridad, la invaluable credibilidad de Andrés Manuel, adquiridas nadando contra la corriente.
*
En la parte final, Andrés Manuel nos explica porqué el regreso del PRI sería como el retorno de Santa Anna. Y lo hace en páginas afiladas y brillantes donde se plasman los mejores talentos del tabasqueño: un hombre apasionado por la historia al tiempo que avezado en extraer lecciones para el presente de las experiencias del pasado. Y es que, en efecto, el síndrome nacional que está detrás de la ominosa recuperación del dinosaurio priista, es muy semejante al que hace un siglo y medio permitió que el vendepatrias de Manga de Clavo fuera nombrado presidente por undécima vez.
Amigos, neutrales y antagonistas. Les recomiendo mucho que lean este libro. Que lo lean con cuidado, de manera reflexiva y crítica. Estoy seguro de que al final habrán aprendido mucho, no sobre Calderonia, sino sobre el México real. Y creo, también, que comprenderán mejor a Andrés Manuel.
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