López Obrador presentaba en el Auditorio Nacional su propuesta de cambio ordenado y pacífico, reiterando líneas de los planteamientos presentados en 2006, dando énfasis a otros, como el retiro gradual del Ejército de la lucha contra el narcotráfico, y fijando postura en temas tan actuales como la apertura del campo televisivo a Carlos Slim y del telefónico a Emilio Azcárraga y Ricardo Salinas, mientras en esas mismas coordenadas geográficas, en un salón de exposiciones, y en hoteles del mismo Paseo de la Reforma, se realizaban agitadas sesiones de regateo y vendimia política en una especie de Bolsa Mexicana de la Izquierda que tenía como principales figuras operativas a Marcelo Ebrard, los archisabidos Chuchos y el dueto que nunca ha dejado de trabajar de manera conjunta pero cuya parte menos presentable decidió ahora reintegrarse al elenco principal perredista: Dolores Padierna y su partidistamente reaparecido esposo René Bejarano.
Ebrard asumió o quiso asumir el papel del fiel de la balanza que la liturgia del viejo priísmo adjudicaba a su hombre más poderoso (en aquellos tiempos de hegemonía tricolor, el presidente de la República y, en estos momentos de la precariedad negro y amarillo, el jefe del gobierno capitalino). Pero Marcelo quiso jugar al árbitro al mismo tiempo que fungía como director técnico de uno de los equipos en competencia, ciertamente el menos fuerte y defendible, casi se diría que pensado solamente para amagar, presionar y negociar, pues propuso y sostuvo a Armando Ríos Piter, un trashumante partidista que en el zedillismo fue colaborador de José Ángel Gurría en Hacienda, en el foxismo fue subsecretario de la Reforma Agraria y en Guerrero fue subsecretario de gobierno con René Juárez y en el zeferinismo ocupó la secretaría de desarrollo rural. A fin de cuentas, Ebrard usó al actual diputado federal perredista (conocido por su afición al baile popular y por el mote de El jaguar de la costa) para vender a los experimentadísimos tianguistas agrupados en la razón social Chuchos SA los votos suficientes para llevar a la presidencia del partido a otro Chucho, Zambrano, a cambio del segundo cargo, la secretaría general, no para el jaguar bailarín sacado de la manga, pero sí para Padierna, que en determinados momentos parecía encaminada a quedar fuera del aparato perredista de mando y con ello, presuntamente, el lopezobradorismo, que a pesar de haberse dado por temporalmente muerto en asuntos perredistas estaría atento al desarrollo de la elección del nuevo dirigente del sol azteca.
A la hora de cerrar esta columna continuaba el proceso de votación secreta en el consejo nacional del PRD (incluso con amenazas de violencia física). Todo apuntaba a que Jesús Zambrano sería el nuevo presidente y con ello el chuchismo y su estrategia de alianzas y colaboracionismo con Los Pinos parecía sostenerse, aunque un resolutivo pretendía establecer formalmente la prohibición de que en 2012 pudieran ir juntos el PRD y el PAN (otros resolutivos anteriores también pretendían cancelar posibilidades de alianzas que finalmente se dieron en 2010). La llegada de Padierna al segundo puesto, según se vislumbraba anoche, significaría una concesión a una suerte de lopezobradorismo extraoficial, otorgada por Ebrard al tabasqueño para no dejarlo clara e irreversiblemente fuera del espectro formal perredista. Padierna será, además, una llave de reinserción del bejaranismo que sigue siendo aliado firme pero todavía impresentable de AMLO, por las razones de crítica automática que genera la figura del profesor Bejarano, como ha sucedido apenas comenzó a negociar abiertamente en estos días con Ebrard y apenas lució su acreditación como perredista recién vuelto de un paréntesis impuesto por razones televisivas.
La recomposición perredista que se prefiguraba anoche dejaría en una especie de suspenso las definiciones importantes en ese partido. Los Chuchos continuarían con el control estructural del sol azteca y el presidente formal, Zambrano, podría avanzar en el cumplimiento de los compromisos con el calderonismo, en lo inmediato el del estado de México, y luego habría de verse lo de la contienda presidencial, con todo y superables resolutivos prohibitorios. Ebrard sostendría su apoyo a las alianzas con el panismo pero sin romper con López Obrador, entregándole en prenda la secretaría general que pudo ocupar con su jaguar hechizo pero que finalmente concedió a Padierna y Bejarano, quienes habrían de defender los intereses del movimiento encabezado por el tabasqueño pero de manera oficiosa. López Obrador, por su parte, podrá continuar de licencia, construyendo su Morena y encaminándose a la candidatura presidencial con PRD o sin él, pero con el incómodo agregado de una incógnita fundamental no resuelta ahora, la de la postura final que asumirán los Chuchos colaboracionistas e incluso el dueto Padierna-Bejarano. Es decir, nada cambió de fondo y los emplazamientos hacia el final son más o menos lo mismo. La novedad no lo es: el PRD confirmó que sigue siendo inviable como instrumento de cambio y lucha populares, que sigue dominado por un grupismo pernicioso y empantanado en pleitos menores, y que rumbo a la elección clave, la de 2012, persisten los ánimos comerciales de la facción anoche ganadora y el inmediatismo clientelar de la opción que habría quedado en segundo lugar. Y, mientras el calderonismo celebra su creencia de que venció al gigante imperial en el caso de un cambio onomástico.
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