viernes, 24 de septiembre de 2010

De pactos y heroismos.


Muy molesto se mostró el gobierno federal ante el editorial de El Diario de Juárez, que reconoció como "autoridad de facto" a los capos en la región, al preguntar las condiciones en las cuales ya no sería molestado ese periódico. El editorial señala que no se trata de una rendición o claudicación, sino de una tregua o pacto de supervivencia. Pero también es una severa denuncia pública por la ineficacia de las autoridades que "han demostrado su objetiva incompetencia" y por "el vacío que respiramos los chihuahuenses en general, en medio de un entorno en que no hay garantías suficientes para que los ciudadanos puedan desarrollar sus vidas y actividades con seguridad" (17/IX/10). El gobierno, a través del vocero de Seguridad, Alejandro Poiré, regañó al rotativo juarense: "No cabe de modo alguno, por parte de ningún actor, el pactar, promover una tregua o negociar con los criminales que son justamente los que provocan la angustia de la población" (20/IX/10). Se puede estar de acuerdo en que el gobierno no debiera pactar con los criminales ni terroristas, pero me parece que ese principio no es aplicable en automático a individuos o empresas. Poiré aclara que no se espera ni martirio ni heroísmo de los ciudadanos. ¿Pero acaso hay un punto intermedio entre la sobrevivencia y el martirio heroico? Si se tiene enfrente a un poderoso cártel, con la disposición y capacidad para desaparecer a quien quiera, y por el otro lado el Estado no garantiza ni de lejos la seguridad, ¿se puede pedir entereza, es decir, heroísmo, es decir, sacrificio y riesgo de la propia vida por un principio en abstracto? ¿O se puede decir que no a los narcos a sus extorsiones e intimidaciones, sin arriesgar "heroicamente" la vida? ¿Hay lugar para el punto intermedio entre la resignación y el heroísmo? ¿Cuál es?
El Diario apeló a una racionalidad elemental en su decisión de aceptar las condiciones del narco para evitar nuevas amenazas y ejecuciones: "En este momento no le hallamos sentido a seguir poniendo en riesgo la seguridad de tantos compañeros para que sus vidas tan valiosas sean utilizadas como vehículos de mensajes entre las diversas organizaciones, o de éstas hacia las autoridades oficiales". Es decir, ante la indefensión en que muchos se hayan, se impone proteger la vida propia, de la familia y los empleados, por encima de un principio abstracto como lo es el de "no se debe pactar" (ni rendirse ni proponer treguas ni nada que se le parezca). Se podrá decir que, para "ganar" la guerra, ese tipo de racionalidad particularista se constituye en un obstáculo, porque lo importante es la seguridad de la nación en su conjunto y el triunfo sobre los capos (algo así como "la patria es primero"). Pero aun suponiendo que esa exigencia fuera válida (no lo es para mí), entonces, y como ya ha sido señalado, ¿por qué el gobierno aceptó no investigar el secuestro de Diego Fernández de Cevallos? ¿No fue una forma de pactar con los secuestradores como medio racional para proteger la vida de Diego antes que cumplir con la premisa fundamental de que el Estado debe aplicar la ley? ¿Por qué el gobierno pide a los ciudadanos una actitud y compromiso que él mismo no muestra? ¿No los pactos de antaño (y seguramente vigentes en muchos países consumidores de drogas) muestran también esa racionalidad, la de proteger a los ciudadanos, las instituciones, la seguridad pública, frente a un inasible y poderoso adversario (más que una "ridícula minoría), invencible por la vía armada?
El diputado local del PRI y presidente del Congreso de Chihuahua, Fernando Rodríguez Moreno, reconoció: "El Diario tiene razón, ni cómo negársela; es la representación de una sociedad que todos los días sufre los efectos de la violencia y que ve cómo los tres órdenes de gobierno les hemos fallado" (20/IX/10). De nuevo, el problema rebasa la estrategia actual del gobierno, pues como recién escribieron Mauricio Cárdenas y Kevin Casas (ex ministro en Colombia y ex vicepresidente de Costa Rica, respectivamente): "No importa cuántos soldados ponga en pie de guerra contra los cárteles; si el Estado mexicano no reconstruye desde la base sus instituciones policiales y judiciales, no existe ninguna posibilidad de que pueda revertir la proliferación del crimen organizado o de la violencia que va aparejada con él" (Reforma, 21/IX/10). En efecto, mientras la gran debilidad y gran corrupción de nuestras instituciones no sean resueltas (y no es posible en poco tiempo) no se podrá avanzar, con o sin Ejército en las calles, con centralización o descentralización policiaca.

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