Finalmente el clima fue lo más benévolo de la celebración bicentenaria. De alguna manera, millones de mexicanos también lo fueron, quienes a su modo y alcances participaron de la fiesta. Prevaleció lo efímero y la generación del fracaso mostró que es mucho mejor para el discurso que para las realizaciones. Una defensiva complacencia se hace sentir en el ciento por ciento de satisfacción del secretario Lujambio, organizador de último momento. La clase política ya le tiene bien tomada la medida al país: al día siguiente todos invocan la reforma, aunque ya se sabe, si es el caso, será a la medida de quienes la promueven. Ningún sentido de trascendencia, abundantes los lugares comunes y evidente la falta de imaginación.
México merece un mejor destino. Se esperaría que el fracaso que ahora queda manifiesto —y eso sí sería para festejar— significara el inicio del fin de una época. La élite, particularmente la política, se ha mostrado pobremente equipada para una nueva realidad. El abandono del Estado no sólo se muestra ante el crimen organizado o en el sometimiento de la política a los monopolios, sino en la ausencia de una cultura cívica que le dé sentido al orgullo nacional. No es la falta de acuerdos el mayor problema, sino la hipocresía y la impunidad verbal en el discurso político, el que se extiende con preocupante frecuencia a la clase pensante.
No habrá buena política mientras no se tengan buenos partidos, como tampoco habrá libertades eficaces sin buena prensa. PAN, PRI y PRD modificarán dirigencia previo a los comicios de julio de 2011, cruciales para el 2012. Estado de México y Coahuila habrán de ser clave para el futuro del PRI. También importarán Guerrero y Michoacán, porque allí se juega lo que queda de la izquierda fuera del Distrito Federal y Oaxaca.
El PAN involucionó en el gobierno nacional; el de hoy día está más próximo a su adversario histórico, su sometimiento al poder presidencial le ha hecho daño y ha dejado de ser el referente de dignidad y lucha cívica que le venían de origen. También ha perdido su capacidad de opositor y de formador de cuadros políticos diferenciados de los de sus dos competidores. Su encomienda inmediata es recuperar su democracia interna, clave para el triunfo en 2006, y que le permitiría construir una candidatura presidencial viable, legítima y representativa. Sin embargo, al aprobar la reforma electoral de 2007, el PAN se impuso tiempos muy estrechos para el despliegue de sus fortalezas comparativas.
El PRI vive un conflicto fundamental por el equilibrio entre dos corrientes que le paralizan y le vuelven contradictorio. Sólo habrá de resolver su futuro cuando se despoje del pesado inventario de autoritarismo y manipulación; no sólo son hechos, también biografías, legados y modos de ser. La fuerza electoral del PRI es el territorio, disminuido con la pérdida de Sinaloa, Oaxaca y Puebla. Después de los comicios locales de los dos años pasados, queda claro que el dominio del PRI se consigna en el norte y el Estado de México. Por su gen agrarista, con sorpresa el tricolor se advierte vulnerable en el centro y sur del país.
El PRD enfrenta un difícil panorama. Recurrir en Guerrero a un candidato no asociado con el partido o con su mal gobierno local fue un buen movimiento, pero de alguna forma es una derrota anticipada. Michoacán tampoco será fácil, el PRI ha recuperado terreno desde Morelia y el PAN de siempre ha sido la alternativa al gobierno perredista. Pero no es el único problema, lo fundamental y crítico es mantener el entendimiento entre Ebrard y López Obrador. La cuota para el pacto con el PAN se ha incrementado con la proscripción de las candidaturas comunes en el Estado de México.
El Congreso será la arena inmediata en la que se dirima la disputa política. La partidización de la Presidencia ha sido correspondida con la polarización del PRI en la Cámara de Diputados; la exigencia de disminuir el IVA a eso corresponde. El presidente Calderón tendrá que enfrentar a un PRI en guerra por el sentimiento de amenaza que le invade. Ahora queda claro que las alianzas cerraron la posibilidad a un entendimiento fundamental para el ejercicio responsable del poder en lo que resta de la administración.
Los problemas del país continuarán, al igual que la impotencia de los gobiernos para hacerles frente. El calendario político ya tradicional de una sucesión anticipada habrá de sentirse cada día con mayor fuerza. Es evidente que no hay civilidad para hacer de las elecciones un medio que legitime al ganador y conforme a los no favorecidos, que ofrezca un mandato que confiera certidumbre y autoridad. Después de la malograda fiesta septembrina queda la impresión de que en el camino reciente mucho se perdió para hacer de la democracia virtud.
México merece un mejor destino. Se esperaría que el fracaso que ahora queda manifiesto —y eso sí sería para festejar— significara el inicio del fin de una época. La élite, particularmente la política, se ha mostrado pobremente equipada para una nueva realidad. El abandono del Estado no sólo se muestra ante el crimen organizado o en el sometimiento de la política a los monopolios, sino en la ausencia de una cultura cívica que le dé sentido al orgullo nacional. No es la falta de acuerdos el mayor problema, sino la hipocresía y la impunidad verbal en el discurso político, el que se extiende con preocupante frecuencia a la clase pensante.
No habrá buena política mientras no se tengan buenos partidos, como tampoco habrá libertades eficaces sin buena prensa. PAN, PRI y PRD modificarán dirigencia previo a los comicios de julio de 2011, cruciales para el 2012. Estado de México y Coahuila habrán de ser clave para el futuro del PRI. También importarán Guerrero y Michoacán, porque allí se juega lo que queda de la izquierda fuera del Distrito Federal y Oaxaca.
El PAN involucionó en el gobierno nacional; el de hoy día está más próximo a su adversario histórico, su sometimiento al poder presidencial le ha hecho daño y ha dejado de ser el referente de dignidad y lucha cívica que le venían de origen. También ha perdido su capacidad de opositor y de formador de cuadros políticos diferenciados de los de sus dos competidores. Su encomienda inmediata es recuperar su democracia interna, clave para el triunfo en 2006, y que le permitiría construir una candidatura presidencial viable, legítima y representativa. Sin embargo, al aprobar la reforma electoral de 2007, el PAN se impuso tiempos muy estrechos para el despliegue de sus fortalezas comparativas.
El PRI vive un conflicto fundamental por el equilibrio entre dos corrientes que le paralizan y le vuelven contradictorio. Sólo habrá de resolver su futuro cuando se despoje del pesado inventario de autoritarismo y manipulación; no sólo son hechos, también biografías, legados y modos de ser. La fuerza electoral del PRI es el territorio, disminuido con la pérdida de Sinaloa, Oaxaca y Puebla. Después de los comicios locales de los dos años pasados, queda claro que el dominio del PRI se consigna en el norte y el Estado de México. Por su gen agrarista, con sorpresa el tricolor se advierte vulnerable en el centro y sur del país.
El PRD enfrenta un difícil panorama. Recurrir en Guerrero a un candidato no asociado con el partido o con su mal gobierno local fue un buen movimiento, pero de alguna forma es una derrota anticipada. Michoacán tampoco será fácil, el PRI ha recuperado terreno desde Morelia y el PAN de siempre ha sido la alternativa al gobierno perredista. Pero no es el único problema, lo fundamental y crítico es mantener el entendimiento entre Ebrard y López Obrador. La cuota para el pacto con el PAN se ha incrementado con la proscripción de las candidaturas comunes en el Estado de México.
El Congreso será la arena inmediata en la que se dirima la disputa política. La partidización de la Presidencia ha sido correspondida con la polarización del PRI en la Cámara de Diputados; la exigencia de disminuir el IVA a eso corresponde. El presidente Calderón tendrá que enfrentar a un PRI en guerra por el sentimiento de amenaza que le invade. Ahora queda claro que las alianzas cerraron la posibilidad a un entendimiento fundamental para el ejercicio responsable del poder en lo que resta de la administración.
Los problemas del país continuarán, al igual que la impotencia de los gobiernos para hacerles frente. El calendario político ya tradicional de una sucesión anticipada habrá de sentirse cada día con mayor fuerza. Es evidente que no hay civilidad para hacer de las elecciones un medio que legitime al ganador y conforme a los no favorecidos, que ofrezca un mandato que confiera certidumbre y autoridad. Después de la malograda fiesta septembrina queda la impresión de que en el camino reciente mucho se perdió para hacer de la democracia virtud.
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