En estos tiempos oscuros por los que ha venido atravesando el país, como consecuencia de los terriblemente malos gobiernos que hemos tenido por mucho tiempo, existimos todavía un grupo de mexicanos que por nuestra edad podemos recordar aún tiempos diferentes, en los que México era una gran nación, admirada y reconocida como ejemplo a seguir para muchos países, aunque tuviésemos problemas muy diversos que resolver.
Después de la experiencia terrible de una revolución popular y violenta, surgida como respuesta a la injusticia social dominante, en la que se consumaron crímenes y se segaron vidas como parte de un proceso caótico y complejo, las ideas plasmadas en una Constitución de alto contenido social comenzaron a tomar forma en la creación de escuelas y hospitales; en la construcción de obras de infraestructura que llevaban electricidad y agua a miles de poblaciones de todo el país; en la partición de las grandes haciendas para repartir la tierra a los trabajadores agrícolas, a quienes por derecho les pertenecían; en la conformación de instituciones financieras orientadas a otorgar los créditos para financiar y vitalizar la producción de alimentos, y la construcción de viviendas y obras sanitarias y urbanas, delineando el perfil de lo que sería una nación moderna y próspera.
La nacionalización de los recursos naturales para recuperar el patrimonio nacional, el fomento del ahorro familiar y social, la conformación de pequeñas industrias y la tranquilidad de que gozaba el país hacían de México un país atractivo para las inversiones extranjeras en plantas industriales, generando empleos y elevando los ingresos de los trabajadores, sin que a nadie se le ocurriera sacar sus ahorros a otras naciones.
En el ámbito internacional, nuestro país se distinguía por su posición mesurada, orientada siempre a defender el derecho de los pueblos más débiles ante las agresiones de carácter imperialista de naciones violentas. Tales fueron los casos de la condena a Italia por sus ambiciones de conquistar Abisinia; a Alemania, por su agresión a Checoslovaquia y por el asesinato de su presidente, así como el apoyo a la República Española en su guerra contra el fascismo. Más tarde, su posición de respaldo a Guatemala ante las agresiones estadunidenses y, de manera especial, su posición de defensa al pueblo y al gobierno de Cuba, cuando Estados Unidos pretendía aislarlo y destruirlo, conformaron una política ejemplar que hizo de nuestro país una nación reconocida por su liderazgo, la cual se refrendó nuevamente en el apoyo al gobierno de Salvador Allende y al pueblo chileno, ante la traición asesina de Pinochet, alimentada y apoyada por Washington.
Ciertamente, no todo era maravilloso en México, las distorsiones causadas por ambiciones personales, por el autoritarismo de quienes ejercían el poder y el surgimiento de grupos de funcionarios corruptos protegidos por cortinas de impunidad minaron el país seriamente, generando señales que indicaban la necesidad de revisar estructuras, de hacer cambios y corregir errores, pero aun así había motivos para que los mexicanos nos sintiéramos orgullosos de serlo; vivíamos entonces confiados en la posibilidad de un futuro mejor.
Con los datos que existen del Banco de México, es posible afirmar que las mejores épocas que vivió el país se dieron entre 1960 y 1978, en virtud de los niveles de ingreso alcanzados por la población, por los incrementos en la producción y por los avances en materia de salud. Después todo ello se empezó a ir para abajo, como consecuencia de algunas malas decisiones que se tomaron en ese periodo, pero la crisis económica y el inicio del declive nacional coincidieron con la llegada de quienes ofrecieron un cambio conocido como liberalismo económico, que prometía progreso y bienestar para las mayorías, pero que en la realidad produjo exactamente lo contrario, sin dar solución a ninguno de los problemas del sistema anterior.
Curiosamente, estos cambios se dieron en el seno de gobiernos priístas, que terminaron desprestigiando y debilitando a su partido, mediante la negación de los principios que señala la Constitución, para imponer otros que nos convertían en una nación diferente, sumisa a los grandes intereses internacionales y campo abierto para la especulación de los grandes capitales internacionales. Para continuar el saqueo se diseñó la pantomima del cambio, personificada hábilmente por Fox, que en realidad lo que representaba era la continuidad del nuevo modelo económico impuesto por los últimos gobiernos priístas, pero llevado a sus niveles máximos de irresponsabilidad, al dejar que la economía quedara libre para la especulación y la explotación por los intereses más retrógrados del país, asociados con los de algunas corporaciones financieras internacionales, que han visto a México más como botín que como un pueblo digno de respeto.
Resulta triste por ello, al final de este año en el que se celebraban supuestamente el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, tener que reconocer que luego de muchos afanes y esperanzas, hemos sido y somos gobernados por un conjunto de individuos que, sin tener visión alguna ni contar con un proyecto nacional, han conducido al país a la situación de caos, de tragedia y de vergüenza en que ahora vivimos. Esta situación no puede ni debe continuar, necesitamos un gobierno diferente, que tenga un proyecto claro para superar la problemática que venimos padeciendo, dejando atrás y para siempre la idea de que el mercado lo resuelve todo, mostrando de manera precisa las acciones a seguir para cambiar el futuro, en lugar de promesas de que todo va a cambiar o de que nos darán más empleos, sin decirnos en qué consiste el cambio, ni cómo tales empleos se pueden generar. Ello debe definir la balanza para las elecciones de 2012.
Después de la experiencia terrible de una revolución popular y violenta, surgida como respuesta a la injusticia social dominante, en la que se consumaron crímenes y se segaron vidas como parte de un proceso caótico y complejo, las ideas plasmadas en una Constitución de alto contenido social comenzaron a tomar forma en la creación de escuelas y hospitales; en la construcción de obras de infraestructura que llevaban electricidad y agua a miles de poblaciones de todo el país; en la partición de las grandes haciendas para repartir la tierra a los trabajadores agrícolas, a quienes por derecho les pertenecían; en la conformación de instituciones financieras orientadas a otorgar los créditos para financiar y vitalizar la producción de alimentos, y la construcción de viviendas y obras sanitarias y urbanas, delineando el perfil de lo que sería una nación moderna y próspera.
La nacionalización de los recursos naturales para recuperar el patrimonio nacional, el fomento del ahorro familiar y social, la conformación de pequeñas industrias y la tranquilidad de que gozaba el país hacían de México un país atractivo para las inversiones extranjeras en plantas industriales, generando empleos y elevando los ingresos de los trabajadores, sin que a nadie se le ocurriera sacar sus ahorros a otras naciones.
En el ámbito internacional, nuestro país se distinguía por su posición mesurada, orientada siempre a defender el derecho de los pueblos más débiles ante las agresiones de carácter imperialista de naciones violentas. Tales fueron los casos de la condena a Italia por sus ambiciones de conquistar Abisinia; a Alemania, por su agresión a Checoslovaquia y por el asesinato de su presidente, así como el apoyo a la República Española en su guerra contra el fascismo. Más tarde, su posición de respaldo a Guatemala ante las agresiones estadunidenses y, de manera especial, su posición de defensa al pueblo y al gobierno de Cuba, cuando Estados Unidos pretendía aislarlo y destruirlo, conformaron una política ejemplar que hizo de nuestro país una nación reconocida por su liderazgo, la cual se refrendó nuevamente en el apoyo al gobierno de Salvador Allende y al pueblo chileno, ante la traición asesina de Pinochet, alimentada y apoyada por Washington.
Ciertamente, no todo era maravilloso en México, las distorsiones causadas por ambiciones personales, por el autoritarismo de quienes ejercían el poder y el surgimiento de grupos de funcionarios corruptos protegidos por cortinas de impunidad minaron el país seriamente, generando señales que indicaban la necesidad de revisar estructuras, de hacer cambios y corregir errores, pero aun así había motivos para que los mexicanos nos sintiéramos orgullosos de serlo; vivíamos entonces confiados en la posibilidad de un futuro mejor.
Con los datos que existen del Banco de México, es posible afirmar que las mejores épocas que vivió el país se dieron entre 1960 y 1978, en virtud de los niveles de ingreso alcanzados por la población, por los incrementos en la producción y por los avances en materia de salud. Después todo ello se empezó a ir para abajo, como consecuencia de algunas malas decisiones que se tomaron en ese periodo, pero la crisis económica y el inicio del declive nacional coincidieron con la llegada de quienes ofrecieron un cambio conocido como liberalismo económico, que prometía progreso y bienestar para las mayorías, pero que en la realidad produjo exactamente lo contrario, sin dar solución a ninguno de los problemas del sistema anterior.
Curiosamente, estos cambios se dieron en el seno de gobiernos priístas, que terminaron desprestigiando y debilitando a su partido, mediante la negación de los principios que señala la Constitución, para imponer otros que nos convertían en una nación diferente, sumisa a los grandes intereses internacionales y campo abierto para la especulación de los grandes capitales internacionales. Para continuar el saqueo se diseñó la pantomima del cambio, personificada hábilmente por Fox, que en realidad lo que representaba era la continuidad del nuevo modelo económico impuesto por los últimos gobiernos priístas, pero llevado a sus niveles máximos de irresponsabilidad, al dejar que la economía quedara libre para la especulación y la explotación por los intereses más retrógrados del país, asociados con los de algunas corporaciones financieras internacionales, que han visto a México más como botín que como un pueblo digno de respeto.
Resulta triste por ello, al final de este año en el que se celebraban supuestamente el bicentenario de la Independencia y el centenario de la Revolución, tener que reconocer que luego de muchos afanes y esperanzas, hemos sido y somos gobernados por un conjunto de individuos que, sin tener visión alguna ni contar con un proyecto nacional, han conducido al país a la situación de caos, de tragedia y de vergüenza en que ahora vivimos. Esta situación no puede ni debe continuar, necesitamos un gobierno diferente, que tenga un proyecto claro para superar la problemática que venimos padeciendo, dejando atrás y para siempre la idea de que el mercado lo resuelve todo, mostrando de manera precisa las acciones a seguir para cambiar el futuro, en lugar de promesas de que todo va a cambiar o de que nos darán más empleos, sin decirnos en qué consiste el cambio, ni cómo tales empleos se pueden generar. Ello debe definir la balanza para las elecciones de 2012.
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