sábado, 7 de agosto de 2010

El Presidente del Empleo.


Proclamarse durante su campaña como el “Presidente del empleo” le resultó muy fructífero a Felipe Calderón. En abril de 2006, presentó en el World Trade Center su propuesta para generar empleos. Lo hizo mediante una política sustentada en cinco condicionantes que, dijo, se deben cumplir para que haya puestos de trabajo para toda la población: estabilidad económica, estado de derecho, entorno competitivo, desarrollo regional e inversión social. Envalentonado, prometió: “En esencia, la idea es que mi gobierno buscará por todos los medios generar los empleos que van a demandar un millón de jóvenes cada año al ingresar al mercado laboral”. Después —y un poco matizado— en el Plan Nacional de Desarrollo ofreció 800 mil empleos permanentes cada año.

La realidad ha sido muy diferente. Obsesionado en reformar su política de comunicación, el régimen calderonista informa, desinforma, juega con números y estadísticas pretendiendo ocultar lo inobjetable. Presume hasta el cansancio la creación de 559 mil 070 empleos en el periodo de enero a julio de 2010, considerando este año como el de mejor crecimiento y omite mencionar que en tres años y ocho meses de gobierno sólo ha creado 543 mil 713 empleos, meta que, en todo caso, debió alcanzar en seis meses para ser congruente con su oferta de campaña.


Además, está el agravante de que el presidente Calderón ya lleva 44 meses en el cargo, y la cifra acumulada a la fecha de sus “logros” en este rubro aún se encuentra a años luz de las 3.5 millones de nuevas fuentes de trabajo que prometió entonces.


Ya adeuda más de tres millones de empleos a los mexicanos… Por lo pronto.


En comparación, durante el último gobierno priísta, el del doctor Ernesto Zedillo, se generaron en su sexenio dos millones 666 mil empleos, a razón de 444 mil 333 por año en promedio. En cambio, Calderón difícilmente promedia 148 mil 312 al año. La cifra se vuelve aún más escandalosa cuando se suman los “logros” de los 10 años de gobierno de Vicente Fox y Felipe Calderón: un millón 702 mil 848 empleos en total. Es decir, un millón menos que en los seis años del presidente Zedillo.


Sin embargo, la realidad de la “milagrosa recuperación del empleo” no termina ahí. Expertos del tema sugieren que el incremento de 559 mil 070 puestos de trabajo en los primeros siete meses de 2010 no significa necesariamente que haya aumentado en esa proporción. Obedece a distintas causas. Una de ellas, en efecto, corresponde a empleos recuperados de la crisis de 2009; otra, a oficios informales que ya existían y se volvieron formales porque así lo decidió el patrón o porque la intensa fiscalización del IMSS propició que se dieran de alta. Una más, son los programas de empleo temporal que distintas instancias de gobierno han realizado y registrado ante el IMSS. Y la última, empleos cuyo origen se debe, fundamental y únicamente, al esfuerzo de los gobiernos estatales, como los al menos 800 que traerá aparejados la inversión de 500 millones de dólares de la empresa General Motors en su complejo de Ramos Arizpe, Coahuila.


Se puede concluir, por lo tanto, que todos y cada uno de los programas que el actual régimen federal publicitó como la panacea para propiciar más empleos han naufragado. Empecinado en encontrar un problema en cada solución, Calderón desamparó este programa, en plena crisis de 2009, al obligar a un imposible a las empresas que deseaban inscribirse en él: no tener adeudos fiscales. Y si a ello se sumaba la difícil situación económica del país, entonces el interés de los empleadores era casi nulo.


Resultó evidente el rotundo fracaso del programa. Su mal diseño no se enfocó a incentivar nuevas oportunidades de trabajo para los mexicanos, sino a darle la oportunidad al IMSS de captar deudores.


Es el triste destino del programa estrella del autoproclamado “Presidente del empleo”.


Quizá la milagrosa recuperación que tanto pregona Felipe Calderón se pudiera enmarcar en lo que alguna vez aseveró Mark Twain, escritor estadounidense y autor de novelas como Las aventuras de Tom Sawyer. Comprometido crítico social, Twain un día sentenció: “Hay tres clases de mentiras: la mentira, la maldita mentira y las estadísticas”.

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